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He tenido la oportunidad de hacer el amor con algunas mariposas, yo, que no recuerdo cuándo no fui polilla.
Tal belleza te embellece.

Belleza verdad
Belleza verbo
Belleza de piel infinita
de piel con pelusa
de pelos oscuros
de sentirlos en los labios
de rozarlos en un beso.

Belleza.

Y yo sigo siendo una simple polilla, siempre polilla, que alguna vez, por generosidades mariposas, pudo ser bella.

No sé contar historias
soy un todo de momentos.

Una semana es mucho tiempo.

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Ordoñez trabaja de noche, porque a pesar de todo lo que se supone, de noche también se trabaja. Ahí afuera, mientras dormimos, hay gente haciendo sus tareas. Por la mañana, cuando los demás van a trabajar, a estudiar, o a lo que sea que hace la gente que hace cosas mientras el sol está ahí arriba alumbrando, Ordoñez se viste con su ropa de salir a dormir, que es su pijama de rayas violeta, se lava los dientes y se acuesta en su cama, del lado de arriba, y esto relaja a Ordoñez.

No está de más decir que los trabajos nocturnos suelen diferir de los trabajos diurnos. Hay menos diseñadores gráficos, algunos panaderos que preparan masas y faturas para que lleguen calientes al desayuno de las seis y media y al de las nueve, y puedan ser honrosamente hundidas en café con leche. Hay serenos, botones de hoteles que esperan a quienes gustan viajar de noche. Hay mozos de café que atienden a los sedientos que se desvelaron, y también hay monstruos de debajo de la cama, que resulta ser el trabajo de Ordoñez. El trabajo dignifica, y Julian Ordoñez, 41 años, soltero, sagitario, peluquero aficionado, se ha convertido en un monstruo de debajo de la cama, profesional y de trayectoria.
Hace ya muchos años Ordoñez se encontró sin empleo y con dificultades para conseguir uno. Como no conseguía trabajo como peluquero (no se enojará Ordoñez si admitimos que en aquella época todavía le faltaba práctica y carecía de destrezas suficientes con el peine y las tijeras), atendió al aviso del diario en el que se solicitaban monstruos de debajo de la cama (con o sin experiencia). Leído en una placa, alguna vez, aquello de serás lo que debas ser o no serás nada, Julián Ordoñez supo que, de no ser peluquero, lo mismo daba monstruo de debajo de la cama que astronauta, programador o instructor de yoga.
Ya pasada la entrevista, bastante típica por lo demás (nombre, edad, estado civil, espantos previos, etc.), ya presentados sus compañeros de trabajo, que eran Reyes (encargado de los ruidos en el ropero), Campos (encargado de las sombras que se ven con el rabillo del ojo) y Caeiro (encargado de los ruidos de pasos fuera de la habitación), comenzó su tarea.A Ordoñez le tocaba ser el monstruo de debajo de la cama.
Como es sabido, este humilde trabajador de la noche no tiene una tarea específica más que el estar ahí. Un monstruo de debajo de la cama normalmente no hace ruidos extraños. Ni siquiera necesita mostrarse a sí mismo debajo de la cama, sino que lo que tiene que hacer es estar ahí. El usuario de la cama (el durmiente) sólo tiene que suponer, sentir que debajo de la cama hay un monstruo, un monstruo terrible que, de no subirse el durmiente rápido al colchón, lo tomará de los pies y lo jalará hacia abajo. Estas son puras habladurías, ya que en ocasiones el durmiente viene tan bien predispuesto que ni siquiera hace falta el monstruo, y en otras ocasiones el monstruo es Ordoñez, hombre bonachón, peluquero aficionado, sagitario; cuestiones que no afectaban su tarea porque él podía ejercer magistralmente el estar-ahí. El iba y estaba, y eso lo hacía muy bien.
En los años que lleva como monstruo de debajo de la cama, Ordoñez pocas veces ha tenido que evidenciar su presencia-allí. Un solo caso fue el del durmiente que decidió que no había monstruo alguno bajo su cama y se levantaba a comer a altas horas de la madrugada, desafiante. Ordoñez se vio obligado, entonces, a utilizar su bramido de monstruo de debajo de la cama, recurso al que deseaba no tener que apelar, ya que Ordoñez, antes que monstruo, es Ordoñez, y no le gusta asustar a la gente. Este bramido era bastante similar al maullido de un gato, dado que Ordoñez no sabía cómo es que suenan los monstruos de debajo de la cama, pero consideraba que era capaz de imitar fielmente a cualquier gato que se propusiera, real o imaginario. En aquella oportunidad afortunadamente la cosa no pasó a mayores, pero Ordoñez, que no se toma las cosas a la ligera, supo que el bramido-maullido no convencería en posteriores ocasiones, así que decidió llevarse todas las noches al trabajo un diario con un velador pequeño, esos veladores chinos que venden en cualquier tienda y por tener una base se salvan de ser linternas de mano. Así Ordoñez todas las noches leía el diario, y el durmiente, desde arriba de la cama, en caso de decidir un motín contra la presencia de Ordoñez, al asomarse al borde del colchón veía una luz pálida debajo de su cama, acompañada por un ruido casi imperceptible, pero que delataba la presencia del monsruo debajo, planificando... que a la larga no era más que Ordoñez aprovechando el rato y pasando las páginas finísimas del diario, revisando los resultados deportivos de la víspera y leyendo las historietas.
Ya cómodo en su trabajo, con un reconocimiento del gremio gracias a la implementación de esta linterna, que pasó a ser obligatoria a los monstruos de debajo de la cama, como los borceguíes con punta de acero de los obreros de las fábricas, Ordoñez comenzó a notar que las noches eran demasiado largas y que, a pesar de que la lectura del diario le ahorraba un tiempo de lectura por la manaña antes de ir a dormir, le gustaría aprovechar un poco mejor ese tiempo. Recordemos que mientras Ordoñez está trabajando, el durmiente hace lo que se supone, que es dormir, y un durmiente normal duerme aproximadamente siete u ocho horas. De éstas, Ordoñez tranquilamente podría dedicar 6 a algún estudio, análisis, deporte o afición que desease cultivar, sin daño a su trabajo, y haciendo valer realmente esas horas de ocio. Fue así como una noche decidió llevar las tijeras, los peines, el spray, el gel y la gorra.
Vamos a ser sinceros, Ordoñez: al principio los cortes eran bastante feos. Ordoñez peinaba a los durmientes, les emparejaba las patillas y hasta les hacía los claritos. No era pequeña la sorpresa de quienes se despertaban con patillas más o menos rectas y mechones rubios. La gente lo atribuía a un posible ataque de sonambulismo cosmético… pero al fin y al cabo, por una cosa o por otra, uno siempre se ve diferente a la mañana, con los ojos llorosos, hinchados, ese olor jamón rancio en la boca, y qué tanto, esto era sólo una diferencia más y se ahorraban una visita al salón.
A pesar de estos primeros momentos, Ordoñez fue cultivando su oficio y cada vez los trabajos se refinaban más. Peinados de copa, largas trenzas y extensiones para ellas. Flequillos de costado, recortes de barba, rapados bajo melena para ellos. Los durmientes se encontraban realmente encantados al despertarse, ya que las manos de Ordoñez finalmente estaban a la altura de su originalidad y buen gusto, y no es exagerado decir que estos cortes y arreglos se fueron convirtiendo en verdaderas maravillas. Ordoñez ya ha patentado el desmechado flogger, el flequillo aplastado Emo, una cresta punk de seis colores y tres sabores (única en su especie) y más de una quincena de otros peinados que son el furor de lo casual en los salones de mayor prestigio actuales. Este estilo casual ha sido seleccionado particularmente por Ordoñez. Es necesario un toque accidental que haga pensar que son causados por remoloneos y contorsiones de la cabeza en la almohada. Raro sería despertarse y mantener un peinado prolijo como los de James Bond. Esta es la razón de que los adolescentes siempre parezcan recién caidos de la cama.
Ordoñez, 41 años, soltero, sagitario, todavía hoy trabaja bajo cuchetas, simples, marineras, plaza y media y dos plazas. Peluquero aficionado y monstruo de debajo de la cama, ocupación a la que le ha tomado aprecio y de la que espera jubilarse algún día, que seguramente el día en que la edad no le preste la agilidad para deslizarse bajo estos modernos y estrechísimos sommiers. Hasta entonces, que no nos extrañe despertarnos por las mañanas con jopos, remolinos y quizá alguna mecha colorada.