Hoy se olivó Gandolfi. Busco el mail personal para mandarle algo y me encuentro una broma de cuando, a raíz de no poder publicar un texto por un autor inhallable para que dé permiso, le propongo una adaptación:
Hace
mucho tiempo, en las lejanas tierras de Boedo, vivían un anciano y su afectuoso
hijo. Ambos provenían de China, un país mucho más lejano que Boedo en el cual
viven miles de millones de ancianos y afectuosos hijos. Ambos tenían a su cargo
un supermercado llamado “Amor-Feliz”, de rejas azules, que abastecía de
alimentos, vinos y golosinas a los vecinos de las lejanas tierras de Boedo. Los
vecinos les habían tomado cariño, después de acudir al comercio por más de diez
años, y a ambos los llamaban Chen. El caso es que a ambos los llamaban Chen
porque ese era su apellido, y porque no sabían distinguir a uno del otro. Ellos
eran Chinos.
En el lejano país de China viven miles de millones de ancianos y
afectuosos hijos que son muy parecidos
entre ellos.
Como era costumbre en la organización
anónima de los supermercados chinos, participante que no pudiese cumplir sus
tareas, participante que era expulsado del negocio. Como era una costumbre del
país Argentino, donde se encuentra Boedo, el joven Liu Chen le dijo al padre
que lo llevaría a un geriátrico. En Argentina, en el lejano barrio de Boedo, se
acostumbra a llevar al geriátrico a los ancianos que ya no pueden realizar
tareas domésticas y requieren mayor atención y cariño que el que es posible
proveerles en la rutina diaria. En la lejanísima y antigua China, los llevaban
a una caverna a morir. En China eran piadosos. Cuando Liu le hubo comunicado a
su padre de esto, él lo entendió. Pai Chen había llevado a su padre a una
caverna, cuando todavía vivían en la antigua China, así que comprendió. Como
todos los padres chinos se parecen a sus hijos chinos, éste se portó de forma
semejante a su padre cuando él se portó de forma semejante a su hijo: Lo
carajeó de pies a cabeza, pataleó, hizo berrinche, lo amenazó y perjuró. Sin
embargo llegó el día en que las reducidas pertenencias de Pai Chen fueron
puesta en una vieja valija por Liu Chen y cargadas hasta “Descanso de agosto”,
el geriátrico donde Liu lo inscribió.
Salvando las distancias, era bastante similar a una caverna: modesto y
húmedo. Pai sufría una afección pulmonar de la que Liu se habría olvidado en el
momento de firmar la eximición de responsabilidades del geriátrico respecto de
la salud y eventual deceso de su padre. Sí, seguro se habrá olvidado.
Liu le dijo antes de irse que no se
preocupara, que lo visitaría seguido, y que haría muchos amigos en su nueva
morada; la incapacidad de pronunciar cualquier palabra del castellano en forma
intelegible no tendría por qué ser un inconveniente.
En
Argentina, donde queda la lejana tierra de Boedo, se habla castellano.
Pai le contestó, en cantonés, que se fuera a
la reputísima madre que lo había dado a luz. Luego le dijo que si él no era
capaz de devolver un vuelto superior a 45 centavos en golosinas varias, mucho
menos lo sería de dirigir solo el supermercado, y que ahí lo quería ver.
Esto
lo dijo Pai en Cantonés. En China, donde ellos aprendieron a hablar por primera
vez, se habla cantonés.
De a poco Liu fue comprendiendo lo cierto de
aquellos dichos. Como todos saben, el secreto de la riqueza de un supermercado
chino se encuentra en trocar los vueltos excedentes de sus operaciones
comerciales en pequeños envueltos de azúcares. Ese plusvalor, a nivel mundial,
representa el 30% de los fondos que permite que el lejano país de China sea,
todavía hoy, comunista o algo así.
Un representante de la entidad anónima
reguladora llegó a fin de més a buscar la recaudación propia, pero esta excedía
las posibilidades de Liu, quien le contestó que ese dinero lo guardaba el padre
que no se encontraba presente por unos días y, a costas de tres balazos a la
góndola de los champúes, consiguió una prórroga. Fue entonces cuando Liu volvió
al geriátrico y consultó a Pai, quien abandonó su puesto en la ventana que da a
la calle Colombres y dejó de coser la billetera para el taller de manualidades
de las 3:30 y arrimó su silla de ruedas hasta Liu. Después de escupirle un
zapato y sonreir victoriosamente, le explicó que el secreto estaba en la fecha
de pago a los proveedores. Devolviendo mercaderías vencidas guardadas en el
viejo almacén como mercaderías del período corriente a las bodegas y
embotelladoras, conseguiría un extra que le permitiría el pago y el ajuste en
los primeros días del mes.
Así procedió Liu y, tras otros tres tiros de
advertencia sobre la góndola de snacks, pudo cumplir sus obligaciones. Sin
embargo, cuando creía que todo estaba dicho y que ya no tendría por qué dar la
satisfacción del escupitajo zapatero a su padres, fue que llegó la inspección
bimestral de bromatología. Sabiendo que no habiá heladera sana en el local, fue
nuevamente al geriátrico a hablar con su padre. Lo encontró esta vez junto con
otros diez ancianos, todos munidos de escobas, haciendo la limpieza semanal de
la sala de estar del geriátrico. Cada cual aportaba su granito de arena a la
limpieza y unas horas más tarde podrían gozar del descanso mirando a la gente
pasar por la vereda de la calle Colombres, hasta cansar los ojos de tanta vida
ambulante.
China es un país con gran cantidad de población. Pai se figuraba a la
calle Colombres como una gran pradera.
El viejo le extendió la escoba y lo saludó
con una sonrisa tierna. Luego, le escupió el otro zapato y lo invitó a sentarse
en una vieja banqueta. A pesar de la tos, Pai le pudo explicar que en el galpón
del supermercado contaba siempre con dos heladeras rotas, más pequeñas y a las
que hacía conservar en un exigente estado de higiene. La noche anterior a las
inspecciones, las cargaba con tres bolsas de hielo y algunos alimentos que las
cubrían. El cable enchufado, el contenedor frío, parecían estar andando. Sólo
tenía que poner la mercadería en mejor estado almacenada en el galpón durante
unas horas, dentro, y la inspección pasaría sin mayores problemas. La maniobra
en sí costaba apenas un centenar de pesos y evitaba multas y malentendidos.
En
Boedo la moneda se llamaba peso, y en China, Yen. Ambas monedas se cambian por
el Dólar. Los yenes de China compraban muchos más dólares que los pesos de
Argentina.
Liu entendió entonces que, si
bien su padre ya no podía llevar las tareas diarias del comercio, era
imprescindible para que este funcionara correctamente. Con lágrimas en los ojos
y las manos extendidas hacia su padre, en un acto amoroso de comprensión,
le dijo “Entonces para eso sirven los viejos, sirven para tener experiencia y
saber más que los jóvenes… no son una carga inútil los viejos tal vez…”.
Pai le escupió el primer botón de la camisa
y le salpicó el mentón .
Los
chinos siempre tienen abrochado el primer botón de la camisa. Es una tradición
muy antigua de los chinos, los ingenieros y los pedófilos.
Así fue como Liu le explicó al encargado
anónimo de la anónima entidad que regulaba los supermercados chinos a fuerza de
balazos entre las góndolas, que su anciano padre, aunque eso, anciano, representaba una de las mayores
riquezas a las que él como hijo y comerciante podía aspirar. Pai fue restituído
entonces a la casa donde siempre había vivido, al armario donde siempre había
guardado su ropa, y a su banco alto en el supermercado que lo había visto dejar
de comer ratas en contáiners de Hong Kong y Liu fue afectuosamente enviado por
éste de vuelta a China, para que finalmente pudiera convertirse en un gran
hombre, tomar un fusil, e ir a custodiar la frontera norte con Rusia, “a ver si
para la próxima le crecían pelotas”.
China
limita con Rusia. Se dice que desde Rusia partieron los primeros comunistas que
llevaron el comunismo a China. Rusia es un país muy grande y menos lejano que
China, que fue comunista hasta que tiró abajo una pared de 3 metros y le plantó un
McDonalds, en una tierra que le pertenecía en Alemania. Alemania es fría,
aburrida y algo nazi. Como Boedo y el geriátrico “Descanso de agosto”.