16:46 Comment0 Comments

Ahora vivo en dos ambientes chicos, internos, que creo que son como mi cabeza. A fuerza de años y experiencias, el departamento se acostumbró a que el sol no le pega, y uno tiene que dejar de hacer lo que esté haciendo y asomarse un poco al patio para ver qué está pasando afuera; cómo está el clima, si hay sol, si el cielo está despejado. Si un día pega el sol, estoy convencido de que el departamento va a creer que está equivocado y va a seguir a oscuras. La experiencia también es eso, y el hecho de que nunca se sabe bien qué hora es no escarmienta.


A ese patio, que es interno, se asoman muchos otros departamentos, que yo imagino que también son como las personas que los habitan. Si alguien quiere sociabilizar entonces tiene que asomarse del interior de su cabeza, parar lo que está haciendo y ver si en ese pulmón interno, que es donde todos sociabilizamos, hay alguien más como para comunicarse y tratar de adivinar cómo estará afuera.


En mi patio interno a veces encuentro marcas de humedad, de alguien que ha sociabilizado humedades cuando yo no estaba. También puedo encontrar colillas de cigarrillos, bolsas, algunas porquerías ajenas más; y también propias, porque en un rincón de mi espacio social yo puse un montón de mugre mía, bien arrinconada, como para que pueda sociabilizar sin mayores inconvenientes. Uno cree que más o menos puede intuir a la gente por la porquería que nos han tirado en nuestro espacio de sociabilización (en adelante unificado bajo el nombre de patio); sin embargo no es dificil darse cuenta de que uno no tiene ni idea. De todos modos recibí un muy buen consejo hace poco: En el patio, la mugre que quieras; pero siempre tené la rejilla destapada o se te inunda adentro.


Como punto y aparte, y si la ironía vale; a veces salgo de noche, a la hora del búho, a ver las ventanas que se suman una encima de otra hasta un cierto piso trece; pero en pocas hay luces. Vale decir que de todos esos departamentos amoblados, parece que en muy pocos vive gente.


En las paredes de mi departamento cuelgo cosas. Yo creo que son como ideas. Hay gente que para sus ideas mira, investiga, consulta al portero sobre el material de las paredes, planifica los agujeros, pone un tarugo a medida y un tornillo madeinargentina que venía con el tarugo. Después pone su guitarrín boliviano en el mismo lugar donde yo clavé un clavo, salté unos milímetros de pintura y puse mi charango. Por ahora, novedoso, cada vez que entro a la pieza noto el charango, y la pieza está regida por el charango y las potencialidades de las próximas cosas colgadas van a estar determinadas por las diferentes concepciones estéticas que ese charango aplica al resto de la pieza. Pasado mañana seguramente me haya olvidado del charango, o lo haya descolgado porque era estético pero muy poco práctico; o sencillamente porque olvidé que iba ahí y ahora lo dejo siempre tirado en algún lugar. Quince minutos antes habían sido unas pipas las que regían toda la habitación. Mañana qué sé yo.


Pasé toda la mañana metido bien adentro del departamento, limpiando, ordenando las cosas, cambiando cosas de lugar. Haciendo más o menos esas cosas que hacen que uno se sienta como en el mismo lugar, plagado de peste a uno. Al rato entonces me puse una polera, un pullover, un polar y un pantalón livianito; parecía que hacía menos frío que días anteriores. Salí a la calle. La realidad esa que intento mirar desde el patio interno, donde puedo sociabilizar con otra gente dentro del mismo edificio, se me rió en la cara. Un sol que se partía y que ni siquiera se tomaba el trabajo de explicarme que vuelva, que me saque las medias, que vaya a poner las patas en la arena. El sol primaveral está ahí y ya, sin tanto lenguaje. Si entendés bien, si no andá a acovacharte a tus dos ambientes chicos con patio.


Vos estás en tu departamento mirando el calendario y esperando que se ponga en 21 de septiembre para que llegue la primavera, y la primavera te llega cualquier ocho de agosto día del niño, número redondo y lindo ochodelocho. Calzás las chanclas y te vas a la playa, donde la mayoría de la gente hibernera departamentointernoconpatio pasea con camperas bien pesadas y borceguíes para la nieve mientras un par de locos estamos en patas, en remera y con una camperita liviana ahí a mano, para cuando una nube maula te deja en ochodelocho invierno, clima marítimo subtropical (corriente del atlántico sur).


Estás contento. Sos un boludo que está contento. Saliste a buscar unas tachuelas o una cinta de papel para unas fotos que querés pegar contra la mesa (que quedó contra una parec demasiado blanca), unas pinturas copadas que encontraste y alguna cosa más, y ahora estás en patas, en la arena, a un montón de kilómetros de todo lo más o menos esperable un ochodelocho y contento. Tenés una sonrisa pegada en la cara. Te sonreís porque el sol te empieza a calentar la piel. Te sonreís de los perros que buscan cualquier excusa para tirarse en el mar, te sonreís de la mina que ahí, bien emponchada, cazó una mantita y se echó como una foca a unos metros tuyo (compañera del hartazgo del frío y la semana pasada, en plena protesta calórica, pensás). Te sonreís de los pibes que se enarenan, te reís del labrador que se centrifugó al lado tuyo, te sonreís de los dueños del labrador que se ponen rojos de vergüenza cuando te piden disculpa, y vos te sonreís. Te sonreís de que te sentis un nabo porque crees que el murmullo de las olas te hace cosquillas en el cuello y te sonreís de que tenés horizonte. Mirás lejos y hay horizonte ahora, y el cielo va cambiando de color y se intensifica a medida que levantás la cabeza; porque tenés cielo casi desde el pecho hasta el desnuque. Y encima va cambiando de color. Ahora te acordás de la refracción de la luz, la curvatura de los rayos en la atmósfera, ortogonalidades del cénit y un montón de cosas más, muy inteligentes. En la playa te reías como un boludo y sacabas unas fotos. “Uy, mirá que azul”. En el departamento leés Megafón (todavía Megafón) y lo disfrutás; tratás de desentrañar las alegorías y un par de juegos más que te aprendiste. En la playa, con el sol que ya no calentaba tanto pero encandilaba como loco, te asombrabas de las letras apretadas y hundidas por una máquina de linotipo rotativa (de las de tipos móviles, de plomo fundido –y pulmones fundidos -, mucho más vieja que el libro y que te da otra nostalgia inexistente más) y la entramada textura del papel. Lo encontrás maravilloso.





Más acá del mar hay arena, y un poco más acá, en la playa de Las Toscas, una loma cubierta de pasto, y algún árbol, y alguna palmera que te parece que frutece en buchás. Por las dudas eventualmente consultarás antes de masticar. Esa loma (ahora que me acuerdo y a nadie le importa, es la zona donde la cadena serrana de tandilia se hunde en el mar y, según se comenta, asoma de nuevo en la costa de África) El punto es que sobre el pasto hay un montón de gente echada, como lagartos al sol, disfrutando exactamente de lo mismo que estabas disfrutando vos, que es exactamente el mismo nivel al que lo disfrutan los perros que buscaban cualquier excusa para meterse hasta las orejas en el mar. Como viví a una cuadra de calle de tierra, y con el potrero de Don Polo (que hoy, a la distancia, se ve muy claramente que era un desarmadero de aquellos) y recuerdo el olor a mugre barrosa chivada y contenta de remontar un barrilete (color celeste, que había hecho el viejo) y tirar unos penales en el costado de la, hoy, autopista del oeste; este pastito muy chic donde perros y marplatenses (todavía no pertenezco a ninguno de los dos, creo) comparten más o menos la misma alegría se me hace muy parecida a aquella, que sigue teniendo mates y ahora, en vez de bólidos, olas de mar.


Mientras volvés tan sin tachuelas pensás en que tenés ganas de compartir al lagarto, el perro y el marplatense que acaba de asomar con alguna gente querida que te aguanta los arranques y a la que ya habías pensado mandarles un audio de 6:38 minutos de cómo suenan las olas en una tarde primaveral del ochodelocho en Mar del Plata. Te hacés unos mates y les escribís nomás, a falta de mejor recurso, y les dejás uno de esos abrazos antioficinas, de tiempos largos.

21:23 Comment0 Comments

En la ducha
(templo del pensamiento)
comprendí mi error recurrente:
Confundir las palabras con ideas.
Ella, una Maria Moliner,
era un depósito de sinónimos.

0:49 Comment0 Comments

Deshecho, transmigrando
hebras de mí en el aire
que van a buscarte
a los lugares donde no estás,
creo que está mal,
que no seré yo.
Y te dejo tranquila,
distante,
llevándome solo todo esto
que me quema como vos.