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Si te ponés a pensarlo lo que se mueve es la mente, no la bandera. Maestro, preguntó el monje, aquí discutimos acerca de la bandera; él dice que no es la bandera la que se mueve, sino el viento; yo digo que lo que se mueve es la bandera, no el viento. El maestro contestó que ni uno ni lo otro, que lo que se movía era su mente. Si hay cambio, está en uno, no en las cosas. Las cosas son más o menos siempre las mismas. Hilando fino sí, nada tiene que ver una cosa con la otra, y los que las hacemos semejantes a otras somos nosotros; pero uno puede reconocer siete u ocho situaciones, que son todas las que vivirá un hombre bajo este sol, y estará en uno darles desenlaces óptimos, sean ellos los que sean. Quizá para uno sea un desenlace que le provoque tranquilidad, una estabilidad, un jarrón en el centro de la mesa, un cuerito que no gotée, un filamento de carbón que no se queme. Para otro lo óptimo quizá sea que cada una de esas situaciones iguales genere consecuencias nuevas. Llegar y que en vez del jarrón haya un mingitorio, o una casa colmada de velas, feliz. Del cuerito no hablamos, a nadie gusta que un cuerito gotée. Nadie toma esa bifurcación del sendero. Seguramente lo sano no sea ni lo uno ni lo otro, sino un poco de cada cosa. La ansiedad mató pescador (o lo puso flaco). Recuerdo que cuando era chico era demasiado ansioso, y tenía que tenerlo, el lo, eso, fuera lo que fuera. Mamá me avisó que el tío estaba durmiendo en la habitación. Me molestaba este mastodonte que todos los domingos venía y se echaba a retozar en esa pieza. Me acerqué entonces y con gran precisión, con suma lentitud, comencé a abrir la vieja puerta de madera. Los goznes comenzaron a lamentarse del óxido y a gritar por ese lento abrir, esta demorada tortura. Carajo, pensé con miedo. ¿Qué mierda querés? ¿qué pasa, tanto ruido?, me dijo una voz grave y ronca. Le contesté. Ahora andate, tarado, me dijo, y basta de ruidos. Se dio vuelta bufando y no atiné más que a irme. Cerré rápido la puerta y esta vez no rechinó. “La próxima vez: rápido”, aprendí.

Ahora tenía a Daniela frente a mí. La calle estaba casi vacía a esta hora y las voces parecen escucharse más graves y claras, más puras y personales. El colectivo seguramente tarde en llegar y la quiero. Sospecho que lo sabe. “Te quiero” pienso. Y mirá qué lindo, porque ahora seguramente te doy un beso en esta parada tan fría y vamos a estar mejor; y vamos, los dos, lo sé, y tu martes también va a ser distinto y particular, va a ser un martes nuevo que va a iniciar una semana nueva, va a trastocar el miércoles que viene por un miércoles diferente, y el jueves, y el viernes; como patear el martes y molestar un poco al orden de las cosas, abrir otras puertas, ponerse otros ojos, activar otras antenas. Un miércoles de nuevos titulares; el día ya no va a ser la clase de química sino esta nueva cosa del nuevo martes. No sé. Es lindo y bueno, y eso ya, hoy, es el mejor argumento que puedo ofrecerte. Pero mirá estos tres metros que nos separan, vos, tan ahí, sentada, y yo, parado, tan acá. Las palabras como viaje de acá hasta allá es inevitable. Sí. “Daniela te quiero”, y es tan corto, tan tres palabras, tan simple, que no vale la pena postergarlo, y entonces:

- Daniela...

Sorpresivamente me veo atacado por un terrible ataque, como de tos, violento, sonoro, provocando que mi garganta se convierta en cosas como “¡Cofs!”, “¡Tjahs!”, “¡Ghsta!”. Y digo “como” de tos, porque en realidad sonó más bien como:

- “... este bondi no viene, y el frío, y la hora, y vos tan linda sentada ahí... que me puse a pensar... ja, ¿qué lío estas cosas, no?... no es fácil, digo... siempre alguno arriba que te jode, y otro más arriba que nos jode a todos, y cada vez somos menos los que..., y encima tanto facho hablando en la radio, y siempre con que Estados Unidos, y las guerras... no sé, esto de estar de noche tranquilos esperando un bondi... no en cualquier lugar, eh... pensá si no Chechenia...”

Y vos entonces te sonreíste y me dijiste “salud”, compadecida... o más precisamente:

- Sí, no te preocupes, no creo que pasen esas cosas... Igual nunca estuve en Chechenia. Mirá, ahí viene un taxi.”


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