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Querido Mauro:


Te escribo esto mientras puedo. Hace unos días que lo vengo postergando y caí en que si no lo hago ahora no lo hago más, porque ahora todavía puedo, y me gustaría pensar que las ganas van a venir después. Las ganas de escribir esto, digo. Es raro que las ganas funcionen para atrás, pero no voy a empezar ahora, después de todo lo sucedido (que no parece tanto pero imagino que eso también es parte de la cosa misma), a empezar a cuestionar “rarezas”.


Me es difícil escribir esto, pero lo hago igual. Literalmente me cuesta... ya vas a entender. En fin, la cuestión: no sé muy bien cuándo comenzó todo y tampoco sé bien por qué. Un día dejé de ver las películas que me gustaban y quedaron ahí apiladas. Pero eso no es causa, es efecto. No sé. Algo se rompió el silencio y no sé bien qué. No saber qué se rompió hace que no me importe, y eso es terrible. Algo que está mal, pero que no existe, no puede estar mal en realidad, no puede ser terrible. Pero lo está. Pero lo es. Lo veo en la cara de algunos cercanos que miran como reclamándome, pobres.


Dejé de tomar café, por ahí es eso. Por ahí acepté que nunca voy a leer todos los libros de la biblioteca, que compré, creo yo, por poder decir “tengo ganas de conocer esto” más que por conocerlo en sí. Una biblioteca es un proyecto de persona también. No sé, tal vez fue salir un día a la calle de casa y ver que no quedan vecinos conocidos... En realidad nunca conocí a los vecinos, pero por alguna razón hoy estoy convencido de que sí, de que no sólo los conocí sino que fui a sus casas para las fiestas, que nos contábamos intimidades, que discutíamos y nos abrazábamos, que nos agarrábamos pedos cosacos y que en la infancia me enamoraba de la vecinita de enfrente, que se llamaba Alelí.


Nunca tuve una vecina Alelí.


Creo que fue por boludo nomás.


El punto es que, sin preguntarme por las causas de todo, parece que me las pregunté nomás, porque un día me dio la impresión de que todo da lo mismo. Yo sé que es mentira, porque a veces salgo y me río y miro a los pibes y un loco anda vestido de payaso por ahí y me siento bien, pero a la larga dura poco y vuelvo a casa a verme la cara en el espejo, aunque casi nunca me vea en el espejo, y cada vez me toma un poquito más entender que ese soy yo, que existo en el mundo y que lo altero, más no sea ocupando un espacio que bien podrían ocupar unos litros de aire.


En realidad todo esto no me importa. Lo escribo y con eso lo justifico, le doy una forma a pesar de todo. A pesar de que no sean ciertas. Me quedo con lo primero: algo se rompió, y está mal, y me importa un pito. Espero un colectivo sin boleto, y no voy a empujar para subir.


Creo que fue por boludo nomás.


Empecé a salir menos y a hacer menos, aunque no sé bien cómo funciona esto porque los días pasan igual y nada cambia, nada me apura, nada me quema. Bue, casi nada. ¿Te conté lo de la guitarra del viejo?


El otro día veía un documental (quizá fue el año pasado, o quizá sólo me lo comentaron alguna vez, no sé). Veía un documental que decía que dada la velocidad evolutiva del mundo y el pensamiento, el hombre podía experimentar saltos evolutivos en menos tiempo, más cercanos entre generaciones. Casi por generación espontánea.


A mí me tomó una semana.


Hace tiempo que dejé de tocar la guitarra. Era la guitarra del viejo, la de tapa de pino pulido y clavijas de nácar. Ya no componía; tomaba viejas canciones inconclusas e intentaba encontrar ese acorde, esa nota perfecta, destinada, exacta, que permita a la canción seguir, para poder así ser algo completo, singular. Pero no encontraba nada que me cerrara... Antes era tan sencillo; como salir y tocarle el timbre a Alelí. Pero Alelí no existió, y seguramente no haya sido nunca tan sencillo. Por ahí el problema son las ficciones. No importa. Nada, el tema es que creo que de tanto no tocar la guitarra fue que me salieron las dos verrugas sobre el revés de la mano. Todos los días durante el largo de una semana fui observando cómo iban creciendo. Me preocupé y pensé en sacar un turno en lo de Dermatti, pero no lo hice, lo dejé para después. No me preocupaba tanto, y ahí ves. Fueron creciendo hasta tomar largo y ancho aproximado de un dedo meñique, una opuesta a la otra. Con algún esfuerzo (¡más bien con bastante esfuerzo!) empecé a dominarlas, porque un poquito las podía mover a gusto. Parecían dos deditos atrofiados, como las películas de siameses. No podía más que juntarlas, ejercer alguna presión, y separarlas. Me pareció simpático en un principio. Bah, no. No me importó en realidad. Un jueves, a las siete y cuarto de la mañana, mientras me duchaba para ir al trabajo, se me cayeron los dedos de esa mano. Los vi irse por la rejilla. Parecían unas ramitas secas.


Cristian me criticaba que soy muy mental. Puede ser cierto, vivo más acá arriba que en el resto del cuerpo últimamente, pero bue.


Estos dos apéndices verruguiles me permiten agarrar un tenedor, escribir alguna consulta breve por mail y mandar mensajes con el celular, pero no tocar la guitarra. Hacía rato que no tocaba la guitarra y yo creo que fue por eso, como te digo. El tema es que vendí la guitarra y con eso me compré un celular que detecta el movimiento y tiene un programa especial, un bowling. Vos agarrás el celular, lo movés, como si tiraras una bola de bowling, el sensor ese detecta el movimiento y te dice cómo va la bola, así que puedo jugar al bowling en ese aparato, sin moverme de casa, y encima mando mensajes ¿qué tal? maravilloso lo de estos japoneses.

Igual no juego al bowling.


Como imaginarás, poco tardó en pasarle lo mismo a la mano derecha (la otra era la izquierda, por cierto). Pero bue, mando mails, pongo las monedas en la máquina del colectivo, agarro un cuchillo y te escribo esta carta. No es fácil, pero te acostumbrás. Uno se acostumbra a todo decía Edipo. Creo. No importa.

Te confieso que me dio pena no haber guardado los diez dedos, pero pasa. Siempre guardo muchas porquerías. Eso sí, tres días después, cuando me empezó a picar la encía me previne: busqué un alhajero que alguna vez perteneció a mi abuela paterna (la vieja coqueta) y lo puse al lado de la cama. Los dientes también se fueron todos de un tirón. Me desperté con la boca llena y los escupí en el alhajero. Limpito, sin sangre ni nada, porque parece que atrás ya venía pujando lo reemplazante. Estuve una semana a galletitas de agua y té. En la oficina me decían que me quedaba muy bien, porque bajé unos kilos. La gente es muy amable ¿sabés? Parece que nadie se diera cuenta de que te estás, literalmente, cayendo a pedazos, y te hacen comentarios sobre planillas, el culo de Jésica Cirio y lo caro que está todo, y eso te ayuda a seguir como si nada pasara.


No importa, el tema es que en lugar de los dientes me salieron unos corpúsculos epidérmicos gruesos y duros, como los callos que tenían los primeros dedos que se fueron, los que pulsaban las cuerdas de la guitarra, hace tiempo, cuando tocaba la guitarra. Tuve que acotar la dieta. Sólo como carne picada de cuando en cuando, sin sal ni pimienta (si supieras lo que arde esta dentadura de carne con los condimentos... ¡el chimi...!). Como principalmente verduras, bien hervidas, todo lo que se pueda hacer puré, y nada de lechuga o rúcula , la hoja es muy larga y estos tapones no cortan ( ya me ví envuelto en atoramientos y arcadas). Huevo a veces. Quizá pueda un morrón alguna vez... La verdad es que no está bueno, no se disfruta la comida; pero últimamente comía por gula, para matar el tiempo, la ansiedad, qué sé yo, y creo que esto en ese sentido fue un avance. Ya no me preocupo por las caries y estoy bajando unos kilos.


Me preocupa ponerme anémico. Tendría que sacar un turno con el médico. Me voy a dejar una nota... y ahí todo el punto de que te escriba: Hace unos días sentí un picor en el cuello y noté que me está saliendo una verruga que crece y crece. Imagino que es una nueva cabeza, así que no sé por cuánto más voy a tener ésta, que te quiere y te recuerda, antes de que caiga marchita, y es por eso que te escribo mientras puedo. Ya puse una caja al lado de la cama para que el nuevo la guarde. Si podés pasar por casa y llevártela te lo agradecería. Si no, no importa, no te hagas problema. Yo le dejo una nota al nuevo avisándole que por ahí... y de paso que se haga un conteo de glóbulos rojos.



Como siempre te dejo un abrazo muy grande.



Nifa.




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