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Y prefirió escarbarse un lecho y vertirse, siguiendo el cauce y moldeando la piedra.
Más valía marcar la piedra con suavidad, de común acuerdo, que quebrarla una noche a causa de un frío sin concenso.
Pasó algún tiempo pensando en el amor perdido, pero no fue más que eso. Perdido.
Decidió ya no perder tiempo pensando cosas que aburren al pecho.
Caminó la ciudad contenta, casi comprendiéndola, o al menos dándole el significado que ella más quisiese. "No tiene demasiada importancia", sostenía, "la ciudad es lo suficientemente grande, y lo suficientemente diversa, bruta e indiferente como para preocuparse".
La ciudad no se preocupaba, es cierto, aunque de cuando en cuando le cerraba un farol y ella se asustaba, corriendo con pasitos cortitos hasta el quiosco.
"Hay que hacerse un cauce y tirarse adentro" pensaba mientras tanto, "hay que dejarse llevar un rato".

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